El amor es mi flagelo, y luchamos la razón, el destino y yo en la batalla de la vida, el aprendizaje no siempre viene de casa, y mientras en tu escuela te enseñaban arte, yo misma lo creaba, aun para aquellos que no veían mis colores, es mi esencia inocente, o ilusa que se niega a brillar,y mi zona de confort se convierte en noches de poesía para aquellos que no me saben leer, que no abren mi libro por la fachada, y yo me voy desgastando; el tiempo no cura las penas, como calmando a un bebe con su dulce. La presión del tiempo que afana mis ansías me hace delirar pero aun escribo cartas porque creo en él, en ese sentimiento de afecto universal, creo en el calor del primer abrazo, creo en la esencia y sentimiento de cada lagrima que con carcajadas derramamos, y lo busco en sonrisas distraídas que se desvían entre las pantallas y las fachadas, cierro mis ojos y respiro creyendo en la mente y en su atracción, dicen que si lo deseas mucho lo tienes, y yo me tiro del paracaídas olvidando lo duro que es el asfalto. Dijimos adiós al tacto para referirnos a aquello que deseamos, vivimos el olvido y morimos en vida. Cada día tiene su adulación, porque ahora los halagos se volvieron un repelente para la incertidumbre de cómo será el primer abrazo, y ya no revelamos los secretos como cuando revelábamos las fotos, tan preciados como un rollo de cámara que precisaba guardar los mejores recuerdos. Y yo puedo enloquecer buscando dar amor, pero perdidos están todos los que teniéndolo no lo ven, y tocándolo no lo sienten.
Ana M.
Ojo de poeta.
Mirando desde la tierra húmeda, el ojo de poeta roza con sus raíces los troncos mohosos hospedados en los bosques antioqueños. Acariciando sigilosamente a su enemigo, comienza su peligrosa y estética táctica para reinarlos, las verdes ramas que salen de sus extremos se alargan invadiendo el cuerpo troncoso de los árboles como una manta color montaña separada por las ramas de aquel moribundo colega. En la inmensidad se puede observar aquella majestuosa belleza que desgarra por dentro las hojas y deja tambaleándose a las mariposas intrusas con sus esporas mortales mientras que; por fuera, viste de hermosura la silenciosa muerte. Ana M.
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