tenias que pasar tu

Me tenías que pasar tú , para saber qué se sentía no existir, como muchas veces lo grité sin saber asumir las consecuencias, ni siquiera imaginaba la magnitud del peso de aquella inexistencia deseada en medio de la rebeldía de puberta confundida queriendo llamar la atención.
Morí, y siempre le temí a la oscuridad, más que a las arañas o los murcielagos; o las palomas, como la fobia que en momentos me parece graciosa que padece mi mejor amiga. 
No conocí personas que, precisamente no debía conocer, y las opciones no garantizaban un final feliz. Fui la sombra que recorría el pasillo en la noche, como los fantasmas cuando pasan desapercibidos, y entonces, nunca nunca estuvieron ahí. Los pájaros empezaban a cantar y las luces se prendían cada tanto como si me estuvieran advirtiendo, la luz quemaba, y Robledo parecía más grande esas mañanas que hervían el pavimento mientras yo buscaba llegar a mi casa, buscaba siempre un medio menos tendioso que un camino a pié lleno de preguntas, abriendo una caja de pandora. Así le llamaba él al caos que con mucha discreción y sinismo tergiversaba para evadir su responsabilidad. Ignorarlo fue mi sentencia, perdida, vacía, sola. 
Pasé varias veces ojeando si quizá, aún estaba el nido de pájaros que odiabas, y sin embargo no podías estar tranquilo sin ponerles semillas, y atender sus necesidades básicas de vez en cuando, tal vez cuidando sus huevos con futuros pajaritos desplumados que también llenarian tu pared de sus heces y plumas en el piso dejando rastro de su estadía. 
Un día, recordé que ya no te recordaba, exhalé, te odié porque te recordé, con ese odio que solo se le puede tener a quien amaste.  
Ahora no recuerdo tu olor, No recuerdo los besos que no supiste darme, y olvidé si tus cejas se unían en medio.

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