cuando cantan las golondrinas
6:13 am, dos sillas hechas de troncos partidos y alargados que solían recibir las visitas en la finca estaban húmedas aún, y mirando arriba se pronosticaba más agua. Un gris claro luce de fondo, mientras que las nubes que cobijan la capa más pequeña del cielo se torna un tono más oscuro; ahí estaba yo, contemplando la inmensidad que tenia de vecina con su cobija verde, y el viento helado de Santa Elena pasaba por mis piernas provocando escalofríos. De repente, me aturde momentáneamente el grito de doña Margarita como cada mañana, con su cola de caballo adornada por canas que evidenciaban muchos recuerdos. Me saludaba voleando su mano de un lado a otro, como si esparciera semillas que florecerían en historias que serían luego representadas por una cana más. Siempre he considerado a las canas sinónimo de historia -“usted me va a sacar canas verdes”- solía decirme mi mamá cuando hacia alguna diablura, o cuando por primera vez llegué tarde a casa y ella aún no podía dormir. Doña Margarita